DARÍO SZTAJNSZRAJBER: DESCONSTRUYENDO LA VOCACIÓN
Por Lucas Riggio. En un momento en donde la “normalidad” de nuestras vidas se ve afectada y las prioridades empiezan a ser otras, la reflexión invita a hacerse presente en cada una de nuestras mentes. Darío Sztajnszrajber, reconocido docente y filósofo, que con su forma de analizar diferentes aspectos de nuestra existencia y expresarse atrae […]
Por Lucas Riggio.
En un momento en donde la “normalidad” de nuestras vidas se ve afectada y las prioridades
empiezan a ser otras, la reflexión invita a hacerse presente en cada una de nuestras mentes. Darío
Sztajnszrajber, reconocido docente y filósofo, que con su forma de analizar diferentes aspectos de
nuestra existencia y expresarse atrae tanto a jóvenes como adultos, nos regala parte de su tiempo
para ayudarnos a pensar sobre el concepto de vocación y nos explica de qué manera está
sintiendo este contexto tan particular que se vive a nivel mundial.
Está la creencia de que al filósofo, como cualquier persona pensante, no le termina siendo tan
complicado aguantar el estar encerrado, ¿hay algo de verdad en eso?
Hay algo de verdad en que los que hacemos filosofía partimos de una necesidad de corrernos del
sentido común. Entonces el asilarse tiene más que ver con la metáfora del que trata de pensar en
los márgenes de las formas de pensar constituidas o hegemónicas. Otra cosa es el aislamiento y la
cuarentena material concreta, donde por más que hagas filosofía te ves atravesado por las
cuestiones básicas del día a día. En ese sentido los que hacemos filosofía lo vivimos tal como lo
vive cualquier otra persona. Sí creo que está bueno lo que hacen las situaciones límites para el que
hace filosofía que es dispararle una serie de pensamientos, debido a la situación extraordinaria.
Todas las situaciones que escapan de lo ordinario son disparadoras para hacer filosofía.
¿Cómo creés que puede cambiar nuestro mundo a nivel social cuando esta situación se termine?
La respuesta va a ir cambiando dependiendo la extensión de la cuarentena. Depende mucho
también de cómo termina de implotar en cada uno en función de la extensión de la misma. Yo soy
de los que tienen una postura más pesimista. Por más que uno pueda generar algún tipo de
desplazamiento interior o movimiento personal, en término social me parece que el aislamiento
no es bueno y potencia los aspectos más individualistas de la sociedad, no así los más
hospitalarios. Creo que en ese sentido va a quedar un mundo más puesto en el cuidado de lo
propio.
¿Cómo creés que este hecho influye en la vocación de las personas?
Creo que puede servir para ponerlas en riesgo, por suerte. No hay peor vocación que aquella que
se cree una definitiva. Entonces me parece que estas interrupciones a la normalidad ponen en
juego nuestra relación con lo vocacional en el buen sentido. La quitan de su lugar supuestamente
realizado, de su hallazgo final y nos permite generar una especie de zozobra interior. Son tiempos
de introspección jugada en donde la detención de la vida cotidiana permite rever muchos de los
fundamentos de uno. Entre ellos, aquello que se supone que lo realiza.
En una ocasión, hablando sobre la vocación, dijiste que está “siempre abierta”, ¿podés
contarnos a qué te referías?
Significa que hay una representación que nos hacemos del tema vocacional como un tipo de
hallazgo que uno tiene que encontrar y que de algún modo es representativo de aquello para lo
que vinimos a este mundo. La palabra “vocación” tiene un origen religioso que se asocia con la
idea de “voz”. Juega con la idea de que hay una llamada o voz interior que de algún modo nos está
alumbrando cuál es el sentido de la vida de cada uno. Me parece que hay que desconstruir esa
idea vocacional y entender que como todo lo que hacemos en la vida, todo es mutable y todo
puede transformarse. Obviamente nadie va a pasar por todas las vocaciones y va a poder de algún
modo desplegar todos sus deseos en término de lo que nos gusta hacer, pero no nos quita la
posibilidad de desconstruir el otro polo de pensar que podemos encontrar una actividad que nos
interpele e interprete, o sea, que nos exprese para siempre. El que lo encuentra, lo encuentra.
Pero no lo tomemos como norma esencial. Así como una persona pueda enamorarse de alguien
para toda la vida, la otra no. El tema es que no sea un mandato y uno pueda correrse, sobre todo
cuando empieza a darse cuenta que ciertas selecciones de vida no resultan. Creo, además, que el
carácter finito de la existencia imposibilita que uno venga al mundo para una sola cosa. Buscamos
algo que nos realice sabiendo que en el fondo es una búsqueda imposible. Lo propio de la
vocación es esa búsqueda abierta que nunca termina pero no por eso deja de tener su realización.
¿Creés que está cambiando la idea de que tenemos que ser una sola cosa a nivel vocacional?
Creo que en un mundo de identidades fragmentadas donde ya no hay un pensamiento de la
identidad en términos unívocos -recordando que la palabra “identidad” en latín significa
“mismidad”, o sea, la idea de que hay una única o una misma forma que se sustrae a los cambios y
permanece siempre tal como es- la vamos desconstruyendo y la entendemos más una imposición;
un ordenamiento que viene de afuera y que nos formatea con la idea de que vinimos aquí para
una sola cosa. Nietzsche decía que somos un campo de batalla entre distintas facetas que pugnan
entre sí por tomar el control de lo que somos.
En una oportunidad dijiste que al chico que cambia varias veces de carrera se lo trata como si
tuviera un problema cuando no debería ser así, ¿el verdadero problema seria, entonces, seguir
ignorando tus propias dudas?
Sí. Me parece que está bueno hacer el planteo de la postura antagónica a la normalizada, digamos.
Hay una idealización tanto del amor como de la vocación, una idea exagerada y sin
resquebrajaduras, cerrada sobre sí misma, perfecta, que de algún modo soslaya todas las tensiones y contradicciones que hay sobre el tema. Esa idealización de algún modo es una
irrealidad, porque la idealización lo que hace es descartar todo lo que de algún modo converge
negativamente en la realización de un ideal pero es tan propio de lo que sucede como lo positivo.
Entonces esa idealización siempre es frustrante porque nunca se realiza. Lo que hace la
idealización es como dogmatizar, generar un mandato. Como si uno tuviera que descubrir su
vocación en un momento temprano de su vida y seguir firme resistiendo las tentaciones de una
probable salida o cambio. Está bueno empezar a mover ese esquema y entender que más
problemas tiene el que se da cuenta que la carrera que eligió o la vocación que esta ejerciendo no
le cierra pero sin embargo sigue ahí por miedo. Me parece que algo de la libertad se juega.
¿Cómo lo sentiste en tu caso? ¿Supiste desde chico que querías dedicarte a la filosofía?
Yo de chico era muy curioso. Estudié en colegio religioso y la educación religiosa fue medio
paradójica en mí. Por un lado era medio dogmática pero no dejaba de ser muy interesante lo que
me presentaban de relatos bíblicos y eso me inmiscuían en toda la temática metafísica sobre la
pregunta del sentido. No podía no maravillarme con Moisés abriendo las aguas o la creación del
mundo, los milagros… Entonces como que eso me incitó mucho a la pregunta. La religión fluctúa
siempre entre el dogma pero al mismo tiempo no deja de ser un intento de repuesta a las grandes
cuestiones existenciales. Entonces se me habilitó una zona de curiosidad que no tenía. Todo ese
impulso por el saber me quedó vivo como filosofía. Mis viejos me compraban libros sobre el origen
del mundo… Siempre fue una búsqueda muy solitaria. Nunca encontré amigos cercanos a los que
les pasara lo mismo. Después me enganché mucho con la escritura porque empecé a escribir
mucho en clases de literatura. Empecé Letras pero terminé eligiendo Filosofía. De hecho fue la
cátedra de filosofía que tenía que cursar para entrar a Letras la que me partió la cabeza y ahí lo
decidí.
Al margen de la filosofía, ¿sentís que con el tiempo descubriste otra vocación?
La única vocación que descubrí de manera novedosa fue la docencia. En algún momento me fui
dando cuenta que todos estos contenidos que iba incorporando empezaban a ser procesados y
trabajados pedagógicamente en la explicación para con otro. Cuando empecé a dar clases dije:
“esto es lo mío”. El descubrimiento fuerte de mi vocación es haberme dado cuenta que lo mío era
la docencia y hoy te diría que soy docente antes que licenciado de filosofía. Soy docente desde
para explicar un partido de futbol hasta para cómo llegar rápido a Plaza Miserere. Ahí hay una
estructura diferente que después de llena de filosofía que es lo que más me gusta pero podría ser
un docente de Letras, por ejemplo.
¿Qué mensaje final podés dedicarles a los adolescentes que leen la revista?
La vocación no es ni un producto ni el descubrimiento de una esencia, ni algo final, ni definitivo. La
vocación no nos cierra, nos abre. Es una búsqueda infinita. Diría casi infructuosa porque nunca
terminamos de sentirnos cien por ciento plenos con esa búsqueda en el sentido de que nunca
terminamos de sentirnos cien por ciento plenos con lo que creemos que somos. Porque no somos,
estamos siendo. Estar siendo significa estar siempre atravesados por el deseo con algo que está siempre en estado de apertura. No hay peor deseo que el deseo que se termina de consumar. Por
eso la filosofía que de algún modo está por detrás de todos los haberes en términos de estructura.
Es ese deseo de querer siempre seguir sabiendo. Cuando uno cree que alcanzó un estadio final es
un buen momento para desconfiar de uno mismo. No es lo mismo vocación que profesión. El que
terminemos todos eligiendo carreras o profesiones que son parte de un sistema que de algun
modo nos predetermina para ingresar en esos formatos, no significa que nuestra vocación se
termine ahí. Creo que si hay una vocación existencial es justamente ese desencaje infinito entre lo
que siempre vamos a buscar sabiendo que no vamos a encontrar y lo que otros necesitan que uno
sea.