Sebastián Wainraich, el humor como vocación
¿Cómo encontró su vocación Sebastián Wainraich? Su voz comenzando Metro y Medio se escucha en casas, en colectivos, en trabajos, en facultades, por la compu, por auriculares. A las 18 hs. miles y miles de personas dejan de lado la vergüenza para unirse con él en un universo, donde reírse de uno mismo es la […]
¿Cómo encontró su vocación Sebastián Wainraich?
Su voz comenzando Metro y Medio se escucha en casas, en colectivos, en trabajos, en facultades, por la compu, por auriculares. A las 18 hs. miles y miles de personas dejan de lado la vergüenza para unirse con él en un universo, donde reírse de uno mismo es la práctica saludable por excelencia.
por Antonella Orlando
Una anécdota de su infancia da al menos un puntapié para poder describir lo que Sebastián Wainraich es. De chico le gustaba jugar y relatar partidos de fútbol, que armaba él mismo con triángulos y redondeles de cartón, de los dos equipos que se enfrentaban en el piso de su habitación. Reconoce que no los pintaba, porque jamás fue bueno para las manualidades. Pero en lo que sí es bueno es en el arte de hacer reír. Y probablemente, una de las razones por las cuales todavía logra ese efecto tan maravilloso, es porque jamás abandonó al niño de Villa Crespo.
En el recuerdo, uno asocia la escuela, sobre todo la primaria, con momentos de juegos y con maestros incentivadores y otros no tanto. ¿Recordás alguno que te haya incentivado y fomentado lo lúdico de chico?
¡Ninguno! (risas). Primero quiero aclarar que me siento más niño ahora que cuando era chico, y soy feliz por eso. Tengo la suerte de vivir como un niño y esto no significa que no pueda vivir responsablemente. La paternidad la llevo con responsabilidad y el trabajo también. Se me complica cuando tengo que hacer un trámite (risas). Con respecto a los colegios, creo que no estuve en los lugares indicados. ¿En qué colegio tendría que haber estado? No sé qué responder. Los momentos lúdicos de la infancia o la adolescencia, tenían que ver más con el recreo… bah, en la clase había momentos lúdicos, pero no tenían que ver con el estudio, sino más con el despelote que armábamos. Yo iba al Vieytes, y rescato del colegio lo importante de haber ido con chicos de distintos niveles económicos. Podía pasar cualquier cosa, porque compartías cosas con gente que ni te cruzabas en otros ámbitos. Soy de la última generación donde la brecha entre los chicos de distinas clases no era tan grande. Egresé en el ´91 y eso empezó a cambiar. Ojo, no digo ni que todo tiempo pasado fue mejor. Yo era un pésimo alumno y no lo digo con orgullo.
Muchas veces un chico que está interesado en la actuación y/o en el humor, ingresa a una carrera de grado y después se da cuenta que no lo satisface. ¿Qué buscabas cuando fuiste a la universidad?
No sé qué buscaba cuando iba a la facultad, sinceramente. La fui dejando porque me aparecía un trabajo relacionado con esto, y prefería formarme desde ahí. Toda formación está buenísima, formal y no tan formal. Para un guionista ver cinco películas por día también es una formación increíble. Para mí, es formación charlar con la gente, hacer terapia, enamorarse…. me pongo un poco cursi (se ríe). Me parece bien aquel que quiera darse una formación tradicional en la universidad. Pero hay que entender que nada te asegura que aquellas herramientas que aprendiste puedan darte después trabajo o que seas bueno en lo que hagas. La vida te puede dar un montón de cosas, ¿pero qué hacés vos después con eso? Me parece que no está tan claro. Muchas veces uno escucha el discurso:»Yo estudié, tengo mi título y me va mal». Tal vez no hacés bien tu trabajo… es demasiado cruel decirlo. O no encontrastre el trabajo para vos. El título no asegura nada. Insisto, todo el que quiera estudiar y formarse, me parece bárbaro. Pero si esperan una retribución que vaya más allá de la formación, me parece que tienen demasiadas expectativas. Uno tiene que encontrar su interés y su pasión y ver la mejor manera de acercarse, el punto justo, un equilibro que a uno le sirva.
¿Cuáles eran las muletillas radiales que fuiste «limpiando» en la radio?
«Umm» la sigo teniendo y debe ser molesto escucharla. Es que algunas veces hablás tanto que pensás que te tenés que callar un poco. Uno tiene un ego impresionante, porque si venís a la radio todos los días y tenés un programa donde hablás, hablás y hablás, es porque creés que las cosas que tenés para decir son importantísimas. Pero eso opera desde la inconsciencia, porque no entro a la Metro y digo: «Bueno, hoy voy a decirle al mundo mi verdad». Uno viene a hacer un trabajo que le gusta y le apasiona. Me gusta tener algunas muletillas…
¿Cuáles?
Me da un poco de vergüenza decirlas así nomás. En Metro y medio siempre digo «Nos estás escuchando como todos los días de tu vida…». Es que me parece que la radio es eso y es precisamente lo que recibo de la audiencia. Si no siento eso, es difícil arrancar. Acompañamos el regreso. Y es un programa muy libre. Hay días que le entramos con todo a la actualidad y hay otros que no, que estamos hablando de cualquier cosa, de los padres que le dan besos a sus hijos en la boca. Tampoco me imagino que haya alguien absolutamente prendido las tres horas seguidas, porque también hay una vida detrás del oyente.
¿Cuándo está el Sebas-padre-niño y cuándo solo tiene que estar el padre? ¿Cómo te manejás en situaciones donde tenés que ponerte un poco más serio con tus hijos?
No es fácil poner los límites, menos a una hija mujer (sonríe). Sabe cómo ganarte. La maldad fememina es lo peor, y más si es tu hija mujer, que es lo que más querés en la vida. Hay veces que le estoy poniendo un límite, me pone una carita y me tiento de la risa, no puedo seguir. Pero también me gusta ser ese padre «maduro». Pero jugar con los hijos me parece que también implica ser responsable como padre; le tenés que dar esos espacios, permitirles hacer cosas.
¿Es más fácil que un nene crezca interesado en el humor si tuvo padres con sentido del humor?
Los papás pueden ser de una manera y el hijo sale totalmente distinto. A mí me causan gracia las cosas no graciosas. Mis personajes del teatro no la pasan bien para nada, no es que tienen una vida divertida. A partir de ahí sale el humor. Tal vez me causa más gracia un velorio que un señor que se tropieza en la calle. Me parece más desopilante. Más allá de lo trágico y dramático de la situación, si fueras un extraterrestre te estarías preguntando: «¿Qué es todo este circo?».
A medida que pase el tiempo, ¿qué te va a definir más: el humor o ser hincha de Atlanta?
En los últimos años se ha hecho muy popular el tema del sentimiento inexplicable por el fútbol. Yo puedo separar: tengo conciencia que mi vida no pasa enteramente por ahí. Pero obviamente, tiene que ver con mi identidad. Voy a la cancha y siento que estoy como en mi casa, lo disfruto. Y muchas veces me pregunto si me interesa que Atlanta fuera campeón del mundo. Sí, estaría buenísimo, pero con que exista para mí ya me alcanza. El otro día charlaba con amigo con el que voy a a ver a Atlanta hace muchos años, que al menos conocimos a dos mil hinchas. De cara, de vista, de nombre, por tener un amigo en común. Esto no lo veo ni como una virtud, ni como un defecto. Forma parte de mi vida, y me gusta mucho hablar del tema. Si pierde me angustio y siempre me pregunto cómo me puede cambiar el humor.
En el canal TBS están pasando tu nuevo programa El mundo desde abajo. ¿Qué te pasa cuando te ves en la tele?
Me pasa de todo. No me gusto y me gusto… todo en el mismo minuto. Me juzgo todo el tiempo. Uno tiene un registro y una percepción de lo que pasa, pero si una persona ve esta conversación de afuera, o ve el programa de radio o de tele, tendrá su propia percepción. Eso nos demuestra que estamos todos un poco locos, y muchas veces tampoco sirve hacer juicios. La prioridad es saber qué quiere uno y a partir de eso arrancar. Obviamente que esto lo hacemos para que nos escuchen, nos vean, nos lean. Pero primero tiene que funcionar para mí, sino no puedo empezar.
Dado que Metro y Medio ya es un clásico, la pregunta que todos hacen: ¿te imaginás en la radio dentro de 10 años?
La radio la veo como algo natural, como algo que va a seguir. Igual pensar de acá a 10 años es una locura. Pero mi hija va tener 16 y mi hijo 11. Eso sí me parece una barbaridad (risas). Pensar en cómo van a ser ellos y cómo voy a ser yo. Y algunas veces es un poco una boludez pensar en eso, porque no sabés qué va a pasar.
¿Cuál es el gran punto a favor que tienen hoy las nuevas generaciones con respecto a cuando vos eras chico?
La tecnología es la gran diferencia. Repercute en la educación formal y en el día a día todo el tiempo. Si yo quería llamar a una mina que había conocido, tenía que pasar por el padre. Si tenías suerte te atendía ella, la madre o un hermano. Pero si te atendía él, era: «¿Quién habla?», «Sebastián» y un silencio terrible antes del «Ahí te la paso». Y ya empezabas re abajo con la mina. O cortabas y chau. Había que conseguirse una huérfana (risas). Obvio que hay contras, pero para mí hay mucho más a favor con la tecnología. Hay que ver qué hacemos con todo esto. A mí en la radio me fascina. Algunas veces me cuelgo mirando Twitter cuando estoy al aire. Y a los chicos los estimula a aprender de otra forma. Cuando antes hablaba de los paradigmas, también hablaba un poco de esto. Ahora buscan en Google a San Martín. Antes uno tenía ese discurso de (pone voz de abuela) «Yo tenía que buscar en una enciclopedia». Y era feísima, pesada, las hojas amarrillas, estornudabas por el polvo, la letra chiquita, lo que contaban estaba narrado de forma aburrida. Por eso digo, que no todo tiempo pasado fue mejor.