S.O.S. Animal
Un informe sobre especies en peligro de extinción. Un llamado de alerta por la urgencia en salvar sus vidas. Una lectura sobre una problemática que nos encuentra como protagonistas, villanos que aún tienen la posibilidad de convertirse en héroes. Un grito en nombre de quienes no tienen voz, pero se hacen escuchar y exigen poder […]
Un informe sobre especies en peligro de extinción. Un llamado de alerta por la urgencia en salvar sus vidas. Una lectura sobre una problemática que nos encuentra como protagonistas, villanos que aún tienen la posibilidad de convertirse en héroes. Un grito en nombre de quienes no tienen voz, pero se hacen escuchar y exigen poder vivir en armonía, en el único planeta que todos tenemos. Una lucha que debemos enfrentar juntos como especies de la misma madre Tierra. Se despierta el llamado: S.O.S Animal.
Por Tais Gadea Lara
“Nosotros también somos animales”. No es la primera vez que esta frase aparece en esta revista. Hace unos 14 números, allá a fines del 2013, conformaba una de las líneas más destacadas de la sección entrevista. ¿Por qué volver a ella? ¿Por qué repetirla? ¿Por qué parece que el tiempo no pasa, que las realidades no cambian o que, por el contrario, sí lo hacen, pero con consecuencias aún más drásticas? La frase fue la inevitable respuesta a una pregunta que me hago desde que tengo uso de razón y veo cómo mi propia especie pregona un sentimiento de superioridad por sobre las demás, esa pregunta que me hago cuando veo los ojos de mi perra y me doy cuenta lo mucho que tenemos que aprender de ellos, esa pregunta a la que la siempre inspiradora y luchadora Jane Goodall respondió: “¿Por qué cree que es tan difícil para el hombre entender que no somos los únicos animales en el planeta?”…
En esta era posmoderna de cambios e hipercomunicación donde la vida parece únicamente ocurrir allí en las grandes ciudades entre tablets y celulares, estamos atravesando uno de los momentos más cruciales para la historia de lo que se considera como vida en la Tierra. Si uno tuviera que poner toda la historia del planeta en un reloj, la llegada del ser humano a ella se encontraría en apenas unos pocos últimos segundos. Así de ínfimos somos, a pesar de la superioridad actual con la que nos manejamos a diario. En esta búsqueda constante por satisfacer las propias necesidades, el ser humano ha arrasado bosques, contaminado océanos, generado el cambio climático, concentrándose en esa “humanidad” que le otorgaba una aparente autoridad por sobre el resto… olvidándose del otro término del concepto: ser. ¿Alguna vez nos preguntamos si nuestros hijos tendrán la oportunidad de conocer los mismos animales que nosotros? ¿Alguna vez nos preguntamos si pudieran llegar a hacerlo en sus hábitats naturales o sólo encerrados en vidrieras de exposición y piscinas diminutas? ¿Alguna vez siquiera nos preguntamos si nosotros llegamos a conocer a los animales que conocieron nuestros bisabuelos, nuestros abuelos, nuestros propios padres? El llamado se activó y está sonando cada vez más fuerte. Atender y responder a él es aún una opción para ser HUMANOS, pero también SERES, en definitiva, ANIMALES.
¿Nuevos dinosaurios?
Caminando recientemente por los interminables pasillos del Museo de Historia Natural de Londres (Inglaterra) me encontré con una escena que despertó mi atención. Por un lado, los clásicos restos fósiles de aquellos animales que han dado lugar a historias, fábulas y hasta películas hollywoodenses: esos enormes y temibles dinosaurios que parecen haber quedado allá tan lejos en la línea del tiempo. Por otro lado, una exposición especial con fotografías de las especies que hoy, en pleno siglo XXI, se encuentran en peligro de extinción. ¿Casualidad? ¿Destino? ¿O algo simplemente llamado realidad? Los puntos en la línea de tiempo que distanciaban más de 65 millones de años parecían unirse, la extinción volvía a ser la norma para definir una problemática, pero ahora el protagonista en escena era otro: aquel niño que delante de mí gritó sorprendido “¡Mirá papá, un Jurassic Park!”, aquella joven que se sacaba una selfie con el dinosaurio detrás, aquella pareja de ancianos que miraban la muestra conservada de un ave que hoy ya no cuenta con ningún ejemplar volando en el mundo. Todos nosotros, todos animales también.
A mitad de 2015, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) aseguró que se dio inicio a la sexta extinción masiva de especies. Conforme los análisis realizados, la tasa de extinción se multiplicó más que por 100, con un incremento en su aceleración. ¿Qué significa esto? Que un niño que nazca en estos días, cuando deje este mundo, verá cómo unas 400 especies de animales también lo harán con él. A diferencia de las cinco extinciones anteriores, causadas por fenómenos naturales, ésta encuentra su motivo primero en una de esas especies: la humana. Las cifras, sólo de los vertebrados, hablan más que cualquier palabra: desde el 1500, desaparecieron 338 especies, otras 279 hoy sólo se pueden encontrar en zoológicos o ya hayan desaparecido.
Esta realidad preocupó al fotógrafo estadounidense Joel Sartore quien decidió contribuir a la conservación de las especies a través de su profesión. ¿El resultado? Desde hace más de 10 años, y junto con el apoyo de National Geographic, emprendió el proyecto “Photo Ark” o “El Arca Fotográfico”: cuando una especie se encuentra ya en estado crítico de desaparición, quedando apenas pocos ejemplares en el mundo, Sartore los fotografía para que su registro en el tiempo sea, al menos, por medio de una imagen. Con un impecable y delicado cuidado hacia los animales en cada sesión, Sartore logra capturar la magia y la belleza que se esconde detrás de cada especie, pero también la tristeza y el llamado de ayuda que se irradia en cada una de sus miradas. Al momento, ha fotografiado más de 5.600 especies, incluyendo una rata topo lampiña de África Oriental, una pareja de fénec (los zorros más pequeños del mundo capturados para el comercio ilegal de mascotas silvestres), uno de los 70 langures de cabeza dorada que quedan en el mundo, un rinoceronte blanco que falleció una semana después de ser tomada la imagen. En la última edición de la revista de National Geographic, Jenny Gray, directora ejecutiva de los Zoológicos Victoria en Australia, se mostró contundente: “La gente piensa que vamos a perder animales cuando tengamos nietos. Ya los estamos perdiendo. Y esos animales se han ido para siempre”. Y parece que sólo los tendremos en las fotografías de Sartore…
¿Por qué estamos como estamos?
Pérdida del hábitat, sobreexplotación de especies y cambio climático. Estos son los tres principales factores que, según el estudio de la IUCN, han permitido el inicio de la sexta extinción masiva de especies. Entender cómo llegamos a esta situación, nos permitirá comprender cómo podemos empezar a cambiar (y revertir, en caso de que sea posible) esta problemática de urgencia.
“Cada una de las especies que conocemos ocupa un hábitat que es producto de una evolución y co-evolución. Cuando reducimos, rompemos, fragmentamos ese hábitat, comprometemos la posibilidad de que las especies estén presentes”, explica Manuel Jaramillo, director de Conservación de la Fundación Vida Silvestre, local en América Latina del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Ante cualquier tipo de alteración en el hábitat, algunas especies migran a otros espacios intentando adaptarse a nuevas condiciones, otras no pueden hacerlo y otras, en ese proceso migratorio, inciden negativamente en su presa y cazador. Tal es el caso del yaguareté, hoy reducido a metapoblaciones, con la imposibilidad de conectarse entre sí y no sobrevivir.
La segunda gran causa de la extinción actual parte de algo muy sencillo: la asociación de otras especies animales a un uso. Sea para alimentarse o por simple divertimento, hoy la caza furtiva y desmedida es una de las principales razones que amenaza a la mayoría de las especies en alerta roja. Hay elefantes en África que son asesinados sólo para sacarles sus colmillos y vender el marfil, hay peces que son capturados de manera insostenible para poder satisfacer una industria del sushi en ascenso, o hay especies, como los loros, que por su atractivo, son comercializados ilegalmente como mascotas silvestres. Y lo que es aún más, la introducción de esas especies exóticas puede significar el peligro para otras, como el Macá Tobiano, víctima de su depredación y de la introducción de truchas que afectan su alimento y construcción de nidos. En este sentido, se evidencia otro de los problemas asociados: quitarle la vida a un animal (por ejemplo el puma con presencia en Argentina, Chile y Uruguay) porque amenaza la producción propia (por ejemplo de ovejas). Al respecto, Jaramillo asegura: “Nosotros, como especie animal, competimos fuertemente por el hábitat. El problema para las otras especies es que tenemos una competencia desleal”.
El evidente cambio climático, como principal problema del siglo XXI, es también un factor a considerar en esta sexta extinción de especies. Mientras que el hombre puede intentar implementar estrategias de mitigación y adaptación a él, hay otras especies animales que no lo pueden hacer. “Las altas temperaturas modifican sus ciclos de vida”, explica Jaramillo y ejemplifica con el Venado de las Pampas, una de las especies en actual peligro en territorio argentino y uruguayo. La acidificación de los océanos (producto de las cada vez más elevadas emisiones de dióxido de carbono) afecta directamente a la pérdida del krill e indirectamente al sostén alimenticio de la Ballena Azul.
¿Qué podemos (debemos) hacer?
Lejos de ser negativa, hay una realidad que es cierta: las especies que desaparecieron ya no volverán a aparecer. Ese sentimiento de impotencia y tristeza que tengo al escribir esta oración y ustedes al leerla, debiera darnos la fuerza y la voluntad para comenzar a actuar con un objetivo claro: evitar que más especies se sumen a esa lista de extinción. El camino no es fácil, pero requiere del aporte de todos. El ejercicio es tan sencillo como esto: si no consumimos objetos con marfil, no tendrá un valor elevado en el mercado, no habrá necesidad de venderlo, no se matarán elefantes. Si no compramos una entrada en un oceanario, no habrá interés en capturar orcas y delfines para divertimento humano. Si cuidamos y protegemos a la fauna local, si visitamos parques naturales y santuarios, estaremos apoyando organizaciones y fundaciones que trabajan en pos de la conservación de especies.
Jaramillo encuentra la búsqueda de solución en dos aspectos clave. La certificación de productos y procesos, que garantiza la satisfacción de necesidades en condiciones de seguridad y protección de hábitats naturales sin afectar a sus especies. El escuchar y trabajar con las generaciones más jóvenes.
La clave está en entender que todo desarrollo, todo vínculo, todo ejercicio debe ser en armonía, en equilibrio, en sustentabilidad con lo que nos rodea. La mantarraya es un ejemplo ilustrador. Se trata de una especie en peligro de extinción, producto de que se pesca de manera descontrolada principalmente para utilizar sus aletas con fines culturales de sanación. Una comunidad de Filipinas dependía económicamente de ello, a la vez que contribuía a su extinción. En un intenso trabajo entre actores privados y públicos, y el aporte del fotógrafo activista Shawn Heinrichs, se concientizó a la población de la problemática y se ayudó a que su vínculo sea de cuidado. ¿La situación económica? En lugar de cazar para vender, se promovió cuidar para mostrar la especie en actividades de turismo responsable. Vínculo sustentable entre seres, desde lo económico, lo ambiental, lo social.
“¿Por qué cree que es tan difícil para el hombre entender que no somos los únicos animales en el planeta?” Siempre pacífica y luchadora a la vez, con sus más de 80 años y aún en pie en pos de la conservación, la respuesta de Goodall puede y debe seguir vigente en las páginas de esta revista, pero por sobre todo en la mente de cada uno de nosotros: “Si aceptáramos que no somos los únicos seres que tenemos personalidad, una mente, sentimientos y conciencia, nos empezaría a resultar incómodo darnos cuenta cómo tratamos a otros animales que habitan en la Tierra. Nosotros queremos pensarnos como diferentes, pero no somos tan distintos. Nosotros también somos animales”.