La palabra como vocación
¿Cómo encontró su vocación José Luis Gallego? En un mundo repleto de ruido, José Luis Gallego (44) es narrador oral. Escribe cuentos y desarrolla el arte de relatar historias. Coordina talleres para inventar y contar, con niños y adultos, desde hace 8 años integra El Viajecito de Felipe una compañía que produce espectáculos de narración […]
¿Cómo encontró su vocación José Luis Gallego?
En un mundo repleto de ruido, José Luis Gallego (44) es narrador oral. Escribe cuentos y desarrolla el arte de relatar historias. Coordina talleres para inventar y contar, con niños y adultos, desde hace 8 años integra El Viajecito de Felipe una compañía que produce espectáculos de narración oral escénica. Además, trabaja en la cárcel, en el Centro Universitario San Martín en la Unidad 48 del penal de José León Suárez. En esta entrevista, le damos la oportunidad no de contar cualquier historia, sino la suya. Una historia repleta de esperanza, que vale la pena conocer.
Por Antonella Orlando
¿Cuándo fueron tus primeros contactos con la narración?
Mi viejo vino de España y empezó a trabajar cargando bolsas de azúcar y después logró tener su propio almacén. Me mandó a un colegio alemán bastante estricto. Sin embargo, a pesar de la estructura rígida, en séptimo grado conocí a un ser absolutamente revolucionario en mi vida, mi maestro Juan Moreno, que después fue mi maestro en narración. Lo primero que hizo fue contarnos un cuento, y quedamos fascinados.
A los 12 años tenía un grabadorcito. Me copaba hablar con la gente, con cualquiera. Siempre me fue sencillo intimar con las personas. Y así también empecé a entrevistar a gente y recopilar historias. Creo que escuchar fue una de las cosas que me marcó después.
¿Y cuándo terminaste el colegio que pasó?
La realidad es que estuve bastante perdido. Probé casi todas las drogas. Empecé el CBC de Comunicación. Después me tocó la colimba y apenas salí me fui a viajar por Europa, estuve siete meses y al volver nacieron mis hijas, mellizas. Tenía 20 años, no entendía nada. La metáfora es que iba con un auto a 180 km x hora hacia el precipicio y, tener dos hijas, fue como pegar un volantazo y salvar mi vida. Mis hijas, aun siendo bebés, me salvaron la vida.
Ante esa situación empecé a laburar de todo: vendiendo videocable casa por casa, después casas prefabricadas, autos… Y cuando tenía 27 me llamaron para una gráfica para el puesto de gerente de ventas, aprendí mucho y con una socia armé un broker gráfico.
¿Y dónde había quedado esa pasión por los cuentos?
Todos tenemos una cosa muy fuerte con lo que nos gusta y, en mi caso, justamente no tiene que ver con acumular dinero, tiene que ver con el arte, la creación y la literatura.
Creo que cuando no conectás con tu vocación todo cuesta más. Si tenés algo que te gusta, es raro que derrapes. De alguna manera vas a querer volver a eso, porque es lo que te sostiene. Y todo eso llegó a los 30 años cuando me reencontré con mi maestro Moreno y empecé a estudiar narración oral, el fue el pionero en llevar la narración oral al escenario en Argentina. Fueron épocas muy copadas, junto a Manuel de a Serna y Juan Tapia formamos El Viajecito de Felipe, compañía de cuenteros.
Después empecé a narrar y dar talleres de. Lo primero que hice fue trabajar en las colonias del Gobierno de la Ciudad. Y después entré en el programa Club de Jóvenes para las escuelas.
¿Cómo llegaste a la Unidad 48 del penal de José León Suárez y a realizar talleres con los presos?
Cuando dejé mi oficio de vendedor, empecé a trabajar como periodista cultural. En esa época, el 40 por ciento de mis ingresos eran de narrador, pero los otros venían de escribir notas. Entonces me tocó cubrir el Encuentro de la cultura como transformador social en Mar del Plata. Y un módulo era Educación en contexto de encierro y me entero de lo que se estaba haciendo en el CUSAM (Centro Universitario San Martín ubicado en el penal de José León Suárez). Fue sorprendente, fui hasta Mar del Plata para enterarme de algo que estaba pasando en mi barrio, en San Martín. Después de insistir con mi idea de contar cuentos y dar talleres de narración y creación literaria en ese contexto como una forma de reconectar con la vida, me dijeron que si. Pude ver en las caras de los presos cómo aparecían sus niños interiores y al toque sentía respeto. Fui encontrando la facilidad y la confianza en la palabra con el tiempo, es un oficio. Creo que los cuentos me protegen. Voy a cualquier lado y estoy seguro, la serenidad es una de las patas de la narración. Los presos aprenden a observar. Al toque se dan cuenta de quién sos. Y cuando aparece el cuento, es como que uno se sale, aparece la sinceridad y conectás desde otro lado.
¿Qué descubriste en vos a partir de esta nueva experiencia?
Encontré un camino, es para lo que sirvo. Vi procesos increíbles en la cárcel; he visto pibes dejar la pastilla y empezar a hablar de Piaget, de Foucault pero desde un conocimiento profundo. Hacen conexión de otra forma y pueden generar sus propios juicios. Yo conozco hombres que nunca se sentaron en un restaurante, que no saben lo que es pedir una Coca-Cola, tener una familia o ir a la escuela. Vivían otro tipo de vida. No se trata de resocializar, porque nunca hubo sociedad. Hoy veo los resultados positivos, por ejemplo, cuando me tengo que ir del penal para abrir nuevos talleres, son los mismos pibes los que siguen a cargo de lo que yo empecé.
¿Cómo definirías la narración oral en tu vida y en la vida de los demás?
La narración oral es un arte y lo puede hacer cualquiera que se dedique con pasión. Mi laburo consiste en instalar espacios de escucha, armar el círculo donde se valora la palabra. Es como andar con un machete en la selva del ruido armando claros. No estamos acostumbrados a escucharnos y entregarnos a la palabra. Pero cuando ella pasa a través tuyo, se dispara la imaginación, lo que a vos te pasa como persona. ¿Por qué contar cuentos en la cárcel? Porque te lleva a imaginar, y la imaginación es un proceso individual. Cada uno imagina a su manera, ahí se juegan las vocaciones de cada uno y conectamos. La palabra viva conecta con una cuestión no lógica que tiene que ver con el sentir. Para mí, es como un lugar donde puedo ir y curar al otro. Y gracias a la narración, aprendí a conocer el sentir de esas personas, que muchas veces no fueron escuchadas en su vida.
José Luis Gallego será orador de Experiencia Provocación el 28 de abril en la Usina del Arte. Inscribite gratis en www.provocacion.com.ar