“La actuación es una forma de vivir mil vidas”
Actor y músico. Amante de la naturaleza y en contacto directo con el ruido de la ciudad. Sencillo y famoso. Se originó en el cine y hasta dirigió un documental “NaveTierra, un nuevo mundo en el fin del mundo”. Actuó en novelas como “Verano del ‘98”, “Enamorarte”, “Costumbres Argentinas” y “Casi Ángeles”. Hoy […]
Actor y músico. Amante de la naturaleza y en contacto directo con el ruido de la ciudad. Sencillo y famoso. Se originó en el cine y hasta dirigió un documental “NaveTierra, un nuevo mundo en el fin del mundo”. Actuó en novelas como “Verano del ‘98”, “Enamorarte”, “Costumbres Argentinas” y “Casi Ángeles”. Hoy continúa mostrando sus dotes actorales en la pantalla televisiva argentina en “Los ricos no piden permiso”. Nació allá en el sur, muy en el sur, en Ushuaia, y hoy se presenta en bares porteños con su banda Uhmano. Pareja de la también actriz y cantante Elena Roger, y padre de Bahía. En todas y cada una de las cosas que realiza, la felicidad, el vivir a pleno y la conciencia del rol que tenemos en el cuidado del planeta Tierra lo acompañan como valores incondicionales. De todo esto y mucho más, conversamos con Mariano Torre, “la montaña de Ushuaia” que comunica a través del arte en todas sus formas.
Por: Tais Gadea Lara – Fotos: Pablo Genovesio
¿Cómo fue el cambio a los 18 años de pasar de la naturaleza y tranquilidad de Ushuaia al ruido de la ciudad de Buenos Aires?
Ya detestaba esa naturaleza y tranquilidad del lugar. Ushuaia es una isla. Es 100% maravillosa y 100% horrible; depende de con qué decidas conectar, es lo que ves. En ese momento, necesitaba el ruido, el cemento, las luces, los estímulos; necesitaba ese shock de adrenalina de Buenos Aires. Luego, por suerte, dio la vuelta y volví a encontrarlo en la naturaleza de Ushuaia. Pero a mis 18 años necesitaba escapar de ese lugar. Es muy común que los chicos vayan a estudiar a otras provincias, por lo que era algo muy natural, pero a la vez yo tenía un fuego adentro que necesitaba que expanda, necesitaba quemarme del todo. Me vine con muchas ganas, mucha emoción y después fue un sopapo encontrarme acá. En Ushuaia yo ya era “Mariano Torre”; en un pueblo muy chiquito hay una historia de la que uno es parte. De golpe llegué a Buenos Aires y era un número, con suerte. No sabía cómo manejarme ni como adulto ni en una ciudad. No sabía cómo tomar un subte, no sabía dónde ir a un hospital. No sabía. Mi gran venida a Buenos Aires es un “no sabía”. Y eso está buenísimo… porque no saber hace que todo lo que venga después sea ganancia. Uno pasa a decidir, a aprender de cada mínimo detalle.
En ese “no saber nada”, ¿tampoco sabías qué querías estudiar?
Me vine entre estudiar actuación o educación física. Mi vieja es actriz y directora, por lo que el arte está en la familia a flor de piel. Para mí en ese momento, ser actor era de puto y no me lograba conectar con eso, no entendía que era serio eso de estudiar teatro. Vine con la idea de ser profesor de educación física, pero me dije “démosle una oportunidad a la actuación” porque había hecho un curso antes de venirme que me había volado la cabeza y busqué un lugar que fuera serio. Mi mamá me recomendó el Conservatorio. En el momento en que entré ahí hubo una voz muy clara en mi cabeza que me dijo “no te vas nunca más de acá”. Entré como a un espacio fuera del tiempo, una dimensión desconocida, a un no tiempo. Esa fue la sensación que tuve desde la primera vez que entré hasta el último día que me fui en mis cuatro años en el Conservatorio.
La actuación implica ponerse en la piel de un otro, ¿cuánto tienen de Mariano los personajes que representás?
Cuando era más chico pensaba que no tenían nada de mí y hacía lo imposible porque así fuera. Luego me di cuenta que no podía ser así porque la herramienta que tengo soy yo. Quiera o no, van a caminar con mis pies, va a ser zurdos porque manejo esa mano y van a tener todo mi historial, porque lo único que tengo para trabajar soy yo. En un punto renegaba, venía de Ushuaia, no tenía nada de lo que conocen los pibes de acá. Después me di cuenta que venía de Ushuaia, que no tenía nada de lo que conocen los pibes de acá… yo tenía otra cosa y ese es mi fuerte. Mi búsqueda siempre es volver a la primera infancia porque es antes que la sociedad, la cultura y los que nos rodea nos marque un supuesto camino. ¿Cuál era la libertad de ese nene? ¿Quién era ese nene? Eso es lo que hago: buscar en cada arista de ese nene los personajes que me toca hacer. Para mí la vida es experiencia. Quiero vivir mil vidas dentro de esta y quiero hacer mil cosas. Y la actuación es un canal para eso. Por una milésima de segundo uno vive la vida de otra persona y eso es enriquecedor porque, en vez de estar esperando por un solo agujerito, siento que la cerradura tiene miles de agujeritos ahora.
¿Cómo fue el salto a la fama, que en tu caso fue con la novela sobre jóvenes y para jóvenes “Verano del ’98”?
Dos años de terapia (risas). Una de las primeras cosas que le dije a la psicóloga: ahora no me podía sacar un moco en la calle porque todos me miraban. Ahora me saco el moco, no me importa. Pero fue fuerte. De golpe me miraban, hablaban de mí. Algo que en Ushuaia yo tenía el control, acá no. En ese primer programa hacía de gay, incluso gané premios por el mejor beso adolescente gay en la televisión argentina. Fueron dos años de gritarme “puto” en la calle a morir y ahí me di cuenta que eso era la fama.
¿Creés que la fama tiene igual algo de bueno?
Pasé por muchas opiniones. Lo que me estoy dando cuenta ahora es que sí es una gran responsabilidad, pero también es una gran mentira, no importa en lo más mínimo. En mi caso, me puso una lupa de lo que soy hacia afuera, hacia el mundo. Es como tener un hijo: vos ves reflejado lo bueno y lo malo que hacés. Eso que antes te señalaba tu hermana, ahora te lo marca mucha gente. Me sirvió para pulir las cosas mías con las que yo no estaba de acuerdo. Hoy no me ocupa la fama, si me ocupa el reconocimiento. En su última entrega de premios, (Juan Alberto) Badía dijo algo así como “yo quiero estar orgulloso de mi trayectoria”. Yo quiero al final del camino, estar orgulloso de mi camino.
¿Cuál fue el personaje que más disfrutaste realizar?
No sé cuál decir, tengo muchos por diferentes razones. Juan Cabandié en “Televisión por la Identidad” fue uno de los primeros en los que pude empezar a plasmar algo de lo que yo siento que tiene que ser la actuación. Belgrano en cine vino después y fue parte de eso, de lograr un cierto nivel de actuación. Power Ranger en el Shopping Avellaneda era un salto al vacío gigante, con los chicos, la gente. Lo pienso ahora y ¡estaba buenísimo! Todos los personajes los padezco y los disfruto.
¿Cómo se fue involucrando la música? ¿Siempre estuvo latente o apareció de golpe?
Estuvo latente. En la adolescencia yo quería ser un rockero, uno de Los Ramones; aprendí a tocar batería sobre mis rodillas. Teníamos una banda con la que nunca pudimos tocar ningún tema de lo malo que éramos. Y quedó ahí. En 2003 con “Costumbres Argentinas” me encontré con Dani Herrero y fue un golpe. Me maravillan las cantantes (risas). Aprendí a tocar la guitarra a escondidas en camarines porque me daba vergüenza y luego a cantar. Desde ahí se volvió imparable porque el escenario es música.
Te maravillan las cantantes, ¿cómo llevás hoy salir con una persona como Elena Roger que también es famosa?
Entré a este mundo de la fama a los 19 años. Mi formación como adulto se hizo con eso y ya me es natural. Me enamora y admiro mucho el hecho artístico, sobre todo la música. Me gusta brindarme y acompañar, estar al servicio de eso. En su momento de amigos, de otras personas, hoy de Elena. Sea Elena o sea yo, estoy aprendiendo igual, de lo que veo, de su cabeza cuando nos vamos a dormir, de su accionar cotidiano sin estar arriba de un escenario… es todo ganancia.
¿Qué significó ser padre?
Hay algo biológico que entendí del traspaso: me di cuenta que somos inmortales. Una proteína de un cromosoma de mi ADN viene de mis ancestros más primitivos, entonces ese ancestro está vivo acá, somos inmortales. Voy a vivir la próxima vida a través de Bahía. Por otra parte, ser padre es un gran espejo. Es un gran desafío cómo ayudarla a generar sus potencialidades sin interferir con las mías, sin pasarle mis miedos. Estoy completamente convencido que no tenemos nada que enseñarle a los niños, sólo tenemos que aprender, ellos ya saben. Tenemos que agrandarles el espacio, dándole herramientas, pero que ellos luego se fijen qué hacer. No tenemos que darle todo resuelto y menos con cosas que sirvieron 40 años atrás cuando los Beatles recién se subían a la terraza.
Trabajaste en programas la mayoría de las veces dirigidos a jóvenes, ¿qué consejos les darías a la hora de ver televisión?
Es difícil. Por un lado, les diría que no estén todo el tiempo mirando televisión. Por otro, les estamos mostrando que el mundo es eso. Lo que a mí me salvó y me dio mi norte es entender el para qué, el tener un sentido de las cosas, hacerlo para algo, no por algo.
¿Cómo aprovechás tu exposición justamente PARA comunicar sustentabilidad, que es tu otro gran interés?
En ese volver a darme cuenta que yo soy de Ushuaia, descubrí que soy esas montañas, que siento esos olores a nieve, a pasto mojado. Hay dos lecturas: una romántica que te dice “cuidá la naturaleza” y otra que te dice “boludo, no tenemos otro lugar a dónde ir”. Nos tocó ser los que tenemos que levantar los papeles del suelo, no los que los tenemos que tirar. El único camino que tenemos para seguir es que el planeta esté vivo. Necesitamos que la sociedad se rediseñe porque el punto en el que estamos no es eficiente. Estamos siendo tontos. Hay una inteligencia que está por sobre nosotros y la expresión material de esa conciencia es la naturaleza, es el mundo natural y natural somos nosotros también.
¿Un mensaje para los lectores?
Nadie tiene idea de nada. Todo lo que les digan los mayores es mentira. Lo que más les caliente, háganlo. En mi época decían “se la pasan todo el día jugando a los jueguitos” y hoy son mega-monstruos que dedican su vida a diseñar. Nadie sabe nada. Uno es aquello que le gusta.
SOBRE NAVETIERRA
Con ese amor latente por su lugar de origen, con esa lucha por cuidar el ambiente y con esa causa común que lo une más a Elena Roger, juntos Mariano y Elena estuvieron detrás del proyecto de realización y construcción del primer Earthship o “NaveTierra” de Argentina. ¿De qué se trata? Es una construcción que aplica la sustentabilidad a la arquitectura a partir del principio “una casa que utiliza residuos y genera recursos”, distinto de las construcciones tradicionales. Es decir, se elabora reutilizando residuos, como botellas de vidrio o neumáticos, se abastece con energía eólica y solar, y aprovecha los recursos de la naturaleza. Luego de la construcción con el equipo del fundador del concepto, el arquitecto Michael Reynolds, Mariano y Elena presentaron el documental “NaveTierra, un nuevo mundo en el fin del mundo” haciendo alusión a las posibilidades que el Earthship significaba allá, en el sur del país, en su querido Ushuaia. Luego de pasar por toda experiencia, hoy Mariano reflexiona: “Es un aprendizaje del día a día. Fue descubrir un mundo y personas que estaban abogando por ser más eficientes de los cuales quiero seguir aprendiendo, ellos son mis referentes. Plantamos una semilla y son otros los que tendrán que seguir cuidándola”.