Hernán Casciari – Gente buena conectada
Autor: Pablo Aragone – Fotos: Pablo Genovesio Gracias a que a los 30 años desistió de ser escritor, se pudo sacar una tremenda presión de encima y, sin darse cuenta, el deseo se hizo realidad. Desde ese momento, Hernán Casciari es un incansable explorador de la palabra y sobre todo de los medios que le […]
Autor: Pablo Aragone – Fotos: Pablo Genovesio
Gracias a que a los 30 años desistió de ser escritor, se pudo sacar una tremenda presión de encima y, sin darse cuenta, el deseo se hizo realidad. Desde ese momento, Hernán Casciari es un incansable explorador de la palabra y sobre todo de los medios que le son útiles para transmitirla. Todas sus creaciones tienen un costado humorístico, lúdico y de complicidad con sus lectores, que lo hicieron expandirse hasta lugares que nunca hubiera imaginado: creó su propia editorial, obras de teatro, sus charlas y cuentos que se hicieron virales (Messi es un perro por nombrar alguno), es columnista en Perros de la calle por Metro 95.1 y su última creación son los «Recitales de cuentos».
Antes de subirse al escenario para ser orador de la segunda edición de Experiencia Provocación, nos juntamos con Hernán para conocer más sobre la vida y forma de pensar de alguien que ama y se divierte como loco con lo que hace.
Leí en algunas entrevistas que empezaste a hacer recitales de cuentos porque te habías cansado de ir a dar charlas ¿Por qué aceptaste presentarte en Experiencia Provocación?
Porque me parece que hay una diferencia entre la manera en que se piden las cosas y los porqué. Por ejemplo, en el 2011 di una charla TEDx porque me la pidió un amigo, pero me daba muchísima vergüenza y ni fui a los ensayos. Directamente fui el día del evento con un papel. Después, cuando apareció en YouTube, la charla se viralizó mucho y me empezaron a mandar mails de universidades para que vaya y diga lo mismo. Y yo les decía: “Chabón, está en YouTube. ¿Por qué me vas a mandar a mí a decir lo mismo?”. No podía cobrar por decir lo mismo. Entonces empecé a decir que no; no me gusta empezar a cobrar por decir lo mismo. Pero esto es diferente.
¿Tenés algún recuerdo fuerte de cuando estabas en el último año del secundario?
Mmm… era muy rompe bolas (risas). Era el presidente del centro de estudiantes de todo el colegio, armamos un partido que se llamaba “Unión Mística de Alumnos Independientes” (risas), el vicepresidente era mi amigo Chiri y le hacíamos burla a la política real. Teníamos una especie de tribunal en el salón de actos donde cada alumno amonestado tenía que ser juzgado por los alumnos y no por los profesores. Lo hacíamos los sábados para que no fuese en horario escolar. Iban todos, lo llamábamos “Defensa al punto”. Realmente evaluábamos lo que había pasado y entonces, si pensábamos que había delito o falta, íbamos a los profesores y le pedíamos las 5 amonestaciones. Pero si no, explicábamos por qué no se debía sancionar al alumno.
¿Y la escuela los escuchaba?
Sí, claro. Aunque estaban cansados de nosotros, no nos podían hacer nada porque leíamos más que ellos (risas). Teníamos mucha argumentación.
¿Cómo te imaginabas en ese momento que iba a ser tu futuro?
Yo empecé a escribir en prensa a los 13 años, en un diario de Mercedes, y a los 17 fundé mi primera revista. Desde muy chico sabia qué iba a ser. La cagada que pasó en el medio es que no podía estudiar periodismo (lo que yo quería) porque no había terminado el secundario.
Pero a la distancia, ¿encontrás algún momento clave de quiebre para hacer lo que hacés?
El quiebre fue haberme encontrado entre la primaria y la secundaria con gente del palo, eso fue fundamental.
¿Cómo era esa “gente del palo”?
A mí me gustaba mucho leer, y eso no es muy común en la primaria. Entonces, si yo no tenía gente para charlar de eso, hubiera tenido que irme solito a un costado mientras los demás jugaban a la pelota. Tuve la suerte de tener compañeros con los que podía charlar de Sherlock Holmes mientras jugábamos a la pelota. Esto fue azar, porque el colegio tenía dos turnos y yo iba a la mañana. Estoy convencido que si me hubiese tocado el turno tarde, hubiera sido bajista de rock. A esa edad, si eras gordo y te levantabas a las siete podías ser escritor, si te levantabas a las once eras bajista (risas).
Y si vamos un poco más atrás, ¿de dónde viene la curiosidad por autores como Conan Doyle?
Fijate que nace de una casualidad. Yo tenía una tía que era muy lectora y un día se tenía que mudar. No sabía qué hacer con sus libros de juventud, y como me veía muy curioso decidió dármelos. Entonces metió en dos bolsas arpilleras un montón de libros y le dijo a mi vieja: “Vos andá dándoselos, al pibe le gusta leer”. Pero mi abuelo escuchó la conversación y le dijo que no me podía dar cualquier cosa para leer a los 10 años. Entonces sacó todos los libros y separó los que yo podía leer, y los que según él no podía en absoluto y los metió en dos bolsas diferentes. Le dijo a mi vieja que una bolsa la dejara en mi pieza y que escondiera fuera de mi alcance la otra bolsa. Yo no entendía qué carajo pasaba, lo único que sabía era que la bolsa prohibida debía ser la mejor. Entonces la encontré escondida en el lavadero, al lado del detergente, arriba de la ropa sucia y de un toldo para el verano. Un día esperé a estar solo, me subí a un banquito y bajé la bolsa. Saqué cualquier libro y puse la bolsa donde estaba para que no se dieran cuenta. Ahí empecé a hacer «mis maldades» (se ríe) y a leer a Arthur Conan Doyle, Chesterton, Mark Twain…
Y vos, ¿cómo enganchaste a tu hija en la lectura?
Nunca me preocupó si mi hija leía o no, ella veía que yo leía y me reía, entonces se acercó por eso. Nunca jamás le dije: “Che, dejá la televisión y agarrá un libro”. En todo caso le preguntaba qué estaba viendo, ella me explicaba y yo me prendía. Entonces capaz aprovecho y le comento sobre un cuento de Horacio Quiroga que se relaciona con lo que está viendo, le muestro el libro y lo lee. Lo que pasa es que los chicos se dan cuenta que a vos te cabe eso como un juego, y por eso se enganchan.
¿Eso es aplicable a la educación?
No es que sea aplicable, eso ‘es’ la educación. Hay una entrevista en YouTube a Isaac Asimov del año 1988 sobre la educación, ¿la viste?
Sí, tremenda, increíble la visión a futuro que tenía el tipo.
¡Vamos para ese lado! Vamos hacia una educación persona a persona, por primera vez en la historia de la humanidad la gente buena está conectada.
¿Y quién es la gente buena?
La gente buena es la gente generosa, la gente que no codicia. Y hay una bocha. Siempre la hubo, pero pasa que los que tenían la sartén por el mango eran otros. Yo siempre pienso que si en los años 80 los que mandaban en esa época, hubieran tenido a un brujo que les decía: “Che, en una universidad está saliendo una cosa que se va a llamar Internet y que va a propiciar que las personas buenas estén conectadas» cortaban ese cable, obvio. ¿Vos te pensás que lo hubieran dejado? Internet se les escapó.
Creo que esa gente buena si además descubre su vocación, todo se potencia por mil. ¿Qué te pasa cuando alguien te dice que no encuentra su vocación?
La gente que dice que no tiene vocación, o que no la encuentra, es la que se olvidó de lo que le gustaba a los 12 años. Creo que a esa edad todos tenemos clarísimo algo. Pero muchas veces sospechás que son cosas sin importancia; lo que querías a esa edad era hacer collarcitos, jugar a la pelota o contarle cosas a tus amigos. Lo que algunos no entienden es que eso puede tener un nombre, un correlato vocacional en el mundo adulto. Cuando le pregunto a la gente qué les gustaba hacer a los 12 y por qué dejaron de hacerlo, encuentro que casi el 95% dice que el mundo educativo en algún momento le hizo olvidar todo lo que quería. Y vuelvo sobre algo que decía Asimov en esa entrevista: en un momento va a haber una escuela en cada casa y los chicos van a hacer lo que quieran. Yo creo que si vos dejas a un pibe que haga lo que quiera, va a terminar en los tutoriales que realmente son los que vino a buscar. El problema de la escuela es que nunca tiene el tiempo para que cada chico esté en el tutorial que le corresponde. Internet, en cambio, sí.
Entonces, ¿cuál es el rol del educador hoy?
Me parece que el objetivo de la educación es apasionar, y no la memorización de los ríos. Es encontrar cómo apasionar a los pibes, porque si no los apasionas los estás obligando a que sean oficinistas.
Hoy los chicos se conectan mucho más con series que películas o libros. Vos sos un fanático y durante bastante tiempo hiciste críticas ¿Qué serie que te abre la cabeza les recomendarías?
Yo tengo como una especie de prejuicio por la recomendación sin el conocimiento del interlocutor. Está todo bien, pero las posibilidades de fallar son altísimas. Dicho esto, recomendaría una serie que es más bien una película de 630 horas; se llama Six Feet Under. (“A dos metros bajo tierra”, HBO, 2001). Su eje narrativo es la muerte, pero en realidad habla sobre la vida, sobre lo efímero que es todo. Y creo que es la cosa más linda que se hizo en la tele.
Si pudieras tener una charla con Hernán a los 17 años ¿Qué le dirías?
Le mentiría.
¡¿Por qué?!
Le diría que está bien que crea que ser escritor es ser solemne, serio y cagar más alto que el culo. Yo hasta los 30 me la pasé escribiendo muchísimo pero muy mal, creía que ser escritor era otra cosa. Después me fui a vivir a España y tomé la decisión de dejar de ser escritor, porque sentí que ya no tenía sentido. Entonces, cuando me relajé de esa presión, empecé a escribir en Internet y encontré mi voz, una voz mucho más chiquitita de lo que yo pensaba que era la voz de un escritor. Más adelante descubrí que si no hubiera escrito durante tantos años, miles y miles de páginas malas, nunca me habría salido una página buena. Entonces, a ese pibe de 17 años le mentiría: le diría que siga por ahí, que va muy bien.
Seguilo y leelo a Hernán en www.editorialorsai.com y @casciari