ALEGRAÑATAS – ABRAZANDO AL OTRO
Más que una fundación, Alegrañatas es una familia. Y no una cualquiera: es una familia de payasos. Juntos, visitan semanalmente el Cemic de Saavedra y el Hospital Houssay de Vicente López para, a través del clown como género, construir un vínculo con los pacientes y permitirles que jueguen, se emocionen y reflexionen. En menos de […]
Más que una fundación, Alegrañatas es una familia. Y no una cualquiera: es una familia de payasos. Juntos, visitan semanalmente el Cemic de Saavedra y el Hospital Houssay de Vicente López para, a través del clown como género, construir un vínculo con los pacientes y permitirles que jueguen, se emocionen y reflexionen. En menos de cinco minutos, las habitaciones se transforman en rondas donde payasos y pacientes comparten la vida y el afecto.
por Antonella Orlando
GRATIFICANTE y en mayúsculas. Esa es la palabra que engloba la experiencia que viví con Alegrañatas. Hernán Espantoso Rodríguez (alias Colorete) me recibió en el Cemic de Saavedra, donde todos los miércoles realiza junto a un grupo de hermosas personas un voluntariado muy especial: utilizan las herramientas del clown para entrar en la sala de los pacientes (tanto adultos como niños) y construir junto con ellos un espacio de risas, alegrías y absoluta emoción, que les permite sobrevellar de otra manera la internación y por qué no, para los que tienen la oportunidad de irse a casa, llevarse algún consejo. ¿Cómo puede ser que gestos tan pequeños puedan transformarse en obras tan grandes? Creo que esa fue la pregunta con la cual pisé el Cemic y me fui con muchísimas respuestas.
Al principio, cuando pensé con lo que me iba a enfrentar, se me hizo un nudo en la garganta. Saber que me iba a encontrar con lo inesperado, me hizo valorar aún más la labor que realizan estas personas comunes para otras personas comunes. A medida que iba recorriendo las salas y pasillos con Colorete, Cartón y Puccini, un trío dinámico que alteraba positivamente todo a su alrededor, me percaté que el miedo y las dudas no jugaban ningún papel, sino que eran suplantados por la entrega y escucha absolutas. Los colores de sus ropas, de sus pelucas y sus sombreros iban colmando lo gris de las paredes y asientos del Cemic. Hice 10 metros con ellos y me percaté que todo se iba transformando… como si los tres formaran un trompo de energía. Ellos tienen una función social que cumplir y entregan su corazón en el proceso.
En una hora y media (que pasó tan rápida como lentamente, es difícil de explicar) viví cosas que me van a quedar para siempre en la memoria. Desde escuchar recuerdos del primer beso entre un paciente y su esposa, realizar una sesión de exorcismo para sacarle un espíritu a otro y cantarle una ópera (en idioma payaso, por supuesto) a un viejito que estaba preocupado por no “poder recibirnos apropiadamente y en camisa”, hasta un abrazo en un pasillo a un señor que estaba esperando a que saliera bien la operación de su esposa. Y en el medio de todos estos vínculos que construían Colorete, Puccini y Cartón pude observar decenas de microchistes y microgestos con las personas que trabajan en el hospital. Es que sí, el trabajo que ellos hacen complementa el de los médicos: un paciente la puede estar pasando mal, puede estar muy dolorido o con muchas dudas sobre su futuro, y los Alegrañatas entran a la habitación y todo cambia. Y el efecto dominó también toca a la familia que está acompañando a esa persona.
Después del recorrido, Colorete se sacó la peluca. Ahí, me puse a charlar con Hernán Espantoso Rodríguez (46), la mente (y corazón, obviamente) detrás de esta propuesta.
¿Cómo definirías el trabajo que hacen acá?
Planteamos todo, primero desde el venir a recibir y no a dar. Venimos a aprender con un perfil muy bajo. Desde el 2006 estudio clown. Conocí el mundo y la filosofía del payaso y me cambió la vida. Sentí que esta era mi misión en el mundo. Lo fui implementando en el hospital y la técnica contagia. Nuestro trabajo es empatizar desde un estado presente. Meternos en la vida de ellos es todo un privilegio, y hacerlo desde el juego abre puertas re lindas. Esa sensación es la que nos hace construir. Ser espejo del paciente en base a lo que nos comparte él, es un viaje para nosotros. Y en todo este proceso, el abrazo es el canal.
¿Cómo tratan las experiencias que viven dentro del hospital?
Hacer este voluntariado te demanda mucho tiempo y energía. Una vez por mes nos juntamos con una psicóloga para tratar las cosas que vivimos. Hablamos mucho en las clases y en WhatsApp sobre cómo mejorar. El payaso de hospital se compromete con la vida y tiene que amarla. Si venís con otra cabeza, no durás ni dos minutos porque te aburrís o te vas al tacho. El clown de hospital mira el presente. Y la verdad es que a partir del trato con los pacientes, la escala de valores se te empieza a acomodar: te das cuenta de las cosas que son verdaderamente importantes.
¿El cuerpo alguna vez te pasó factura por el nivel de compromiso que tenés?
Sí, totalmente. Yo después de esto, llego a casa, me acuesto y hasta media mañana del día siguiente me cuesta levantarme. Nos involucramos un montón. Si no te conectaras con el paciente, te recuperarías rápido. Pero nosotros nos comprometemos. En algunas habitaciones terminamos todos llorando, sobre todo cuando le pedimos al paciente que nos cuente el primer beso o un deseo importante que le gustaría que se cumpla, o escribir una carta de amor. Todo depende desde dónde vemos que más se emociona. Y hay que tener cuidado con eso porque el payaso es el que siempre está. El paciente en los mejores de los casos se va o la historia termina con su muerte. Por eso, mi objetivo es cuidar al payaso. Si no nos cuidamos nosotros, el hospital se queda sin payasos.
¿Qué diferencias hay entre el abordaje con niños y con adultos? A partir de sus vivencias, ¿qué cosas habría que hacer para romper el mito en torno al cáncer y quitarle “peso” a la palabra?
El abordaje del niño es muy espontáneo. Si el chico te dice que “no” es “no”. El adulto es más mentiroso y nosotros somos los que nos tenemos que dar cuenta si quiere o no que nos quedemos. Con respecto a los pacientes oncológicos es clave: si al paciente lo tratás como pobrecito, le agrandás la enfermedad. Si lo tratás bien, se desinfla y se relaja. El cáncer es un comunicador para que entendamos cómo debemos vivir. Tenemos que saber bien qué relación tenemos con la muerte y el cáncer toca mucho eso. Hay que entender que la muerte es algo normal más allá del dolor. Lo importante del día a día que vivimos en el hospital es que nos damos cuenta que nadie le escapa a la ternura, y tenemos el privilegio de verlo. Viajamos mucho, vamos por Tandil, Salta, Entre Ríos. Y cuando estamos en pueblos pequeños, lo que más nos impresiona son las miradas de los pacientes: nos miran como nos mira todo el pueblo, y cada pueblo es distinto y tiene su historia. Y todos los vínculos los hacemos desde el corazón. Cuando te conectás desde el corazón con mucha gente, estás en el camino correcto y eso te acomoda tu propia vida. Cuando empecé con esto mis amigos pensaban que estaba de la gorra. Y si hay veces que me cuestiono seguir, solo dura tres segundos. Al toque pienso en lo que vivo en los hospitales, y me doy cuenta que estoy eligiendo bien.
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